Cuando un ser humano se convierte en padre o madre, algo se hace evidente en su vida: nunca más volverá a ser la misma persona. Ahora será guía, asesor, amigo,entrenador, compañero, médico y muchas cosas más relacionadas con otro ser humano al que llamará "hijo". Pero, inevitablemente, surgen las preguntas: ¿Estará preparado para esa labor? ¿Le han servido las fórmulas que conoce para triunfar en la vida? ¿Se conoce a sí mismo? ¿Recordará lo que es ser niño?
He aquí donde empiezan los problemas: Los niños no nacen trayendo consigo su manual de instrucciones, ya que son mucho más complejos que cualquier otro objeto que conozcamos sobre la faz de la tierra y , por tanto, se requiere un conocimiento preciso sobre la identidad y esencia del ser humano para poder relacionarse con ellos.
En realidad, ¿Sabemos lo que significa ser niño? Miremos detenidamente esta cualidad: ser niño significa crecer en el amor puro, en la belleza más allá de la forma, en las historias; significa ser tan pequeño que los duendes y las hadas pueden acercarse a cuchichearle a uno al oído; significa transformar las calabazas en carruajes, los ratones en corceles, lo ruin en sublime, la nada en todo, pues cada niño lleva en su alma su propia hada madrina que lo guía por el mundo de la imaginación a descubrir formas de vida que pueden ser mejores para el espíritu humano, ya que se basan en la naturalidad, la sencillez, la hermandad y el amor. Viven con la ilusión que representa el mundo de la esperanza.
Cuando un niño viene al mundo, personifica lo más sublime de la vida, tal como se concreta en una piedra, una planta o un animal. Recordemos el axioma que afirma: "Dios duerme en el mineral, Dios crece en el vegetal, Dios se mueve en el animal, Dios piensa en el ser humano y Dios ama en el ángel".
(ERIC DE LA PARRA PAZ).